Los Latinos no tenemos nada que envidiarle a nadie,
ni Europa, ni Asia, ni Oceanía.
Incluso, tenemos otros ingredientes que nos
hacen más sabrosos.
Tenemos tanto o más por qué ser orgullosos de
nosotros mismos. Estamos curtidos.
Los colores de nuestros otoños y las floreadas
primaveras.La alegría sin freno de estar entre amigos.
Sonrisas excedidas por compartir. La música alegre.Los dulces bien dulces y los picantes bien
calientes.
Tenemos mucho que aprender y mejorar todavía.
Somos unos jovencitos, pero no unos niños. Jovencitos que tropezamos varias
veces con la misma piedra, pero que debemos aprender de nuestras piedras, y de
las piedras de los adultos. Ser joven no es ser ni más ni menos… es estar en el
camino.
De tanta gente que conocí en la vuelta, muchos
argentinos, reacios de serlo, no quieren volver.
Yo sí.
Y vuelvo no solo porque extraño a mi gente. Vuelvo porque me gusta mi país y me gustan sus
costumbres. Tengo muchas cosas por las cuales estar orgullosa, y tengo muchas
otras que a veces me causan vergüenza, pero quien quiera cambiarlas y
mejorarlas, tiene que hacerlo in situ, sino no cambian. Cambiar es
involucrarse. Yo elijo involucrarme porque quiero estar más orgullosa.
Cambian las cosas…
Estando en medio del caos de la ciudad de
Buenos Aires quería evadirlo huyendo a otro sitio. Realmente es un caos. Y
realmente es una lindísima cuidad. Estando en medio de la infinita tranquilidad
y quietud de los pueblitos y ciudades neozelandesas, extraño el empuje y la
vibra que tiene el monstruo platense, que nunca duerme. ¿Seré una inconforme?
Veremos qué pasa a mi regreso… buscaré el
equilibrio (como toda buena economista! je)
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