Mi mente se llena de recuerdos para esta fecha.
El olor los jazmines desde comienzos de diciembre, con la brisa que entra por la noche desde el balcón de Plaza, que se repite en Olazábal. Armar el arbolito, es una tarea indiscutida cada 8 de diciembre, previo festejo de EL aniversario. Vittel Tone, Matambre, Ensalada Rusa, Ensalada Capresse, Pionono, Pan dulce, Torta de Coco, Pasas de Uva bañadas en chocolate.
Me gusta disfrutarlo desde la idea del pesebre, un pobre hijo de pastores que vino a ayudar a quien lo necesita, despojado de aquellas fiestas y regalos... qué contradicción contemporánea!!! Mi papá me enseño eso.
Este año, lejos de todo ello, sin jazmines, pero con mi niñito Jesús acompañando el nacimiento recibí el 25 de diciembre.
Un festejo diferente, y no por ello menos especial. Una combinación de idiomas, olores y sabores.
Cantidad de carcajadas y gritos a la par que te hacen sentir que no estás solo.
Una mesa larga preparada para ser compartida con todo aquel que tenga una sonrisa.
Francia, Alemania, Irlanda, Inglaterra, México, Argentina.
Y regalos. Amigos invisibles que sin conocerse se entregaron a compartir desde un presente la satisfacción del niño dentro de uno por recibir aquel regalo que nos trae Papá Noel.
Y trabajo. Que los kiwis festejen la Navidad y no la Noche Buena, hace que todo aquel que trabaje en "Hospitalidad" esté dispuesto a compartir tal momento desde el trabajo.
Y nuevamente fiesta, alegría, brindis y más sonrisas.
Y tradición. La tecnología me abre la puerta para compartir desde más cerca aquel matambre arrollado, aquel Papá Noel que reparte regalos con su ayudante, aquellas siluetas acaloradas que comparten la alegría que estar juntos. Estuve, estoy.
Feliz Navidad. Muy diferente, casi igual.